Chesterton fue un viajero singular. Más que comentar lo que veía, como si fuera un guía de turismo (nadie le hubiera contratado para eso), traía a la luz los siglos de historia que habían configurado las imágenes u obras que se le ofrecían a la vista. Por eso es fascinante lo que era capaz de ver. Sus «impresiones» eran a veces, verdaderos compendios de historia o de filosofía, otras veces, sagaces lecturas del presente, otras, presagios de cosas por venir.