Inexplicablemente una mañana de junio, antes de clarear el alba, Eufemia Montelongo
descubre que tiene adherida a su paladar una extraña y lustrosa costra arenosa. En la
oscuridad del duermevela de su habitación, a fuerza de friccionar la lengua sobre ella,
consigue deshacerse de aquella lama pegada al cielo de la boca. Aunque inicialmente no
le da importancia a este insólito hecho, la cosa cambia cuando éste vuelve a repetirse
cada madrugada, tomando una dimensión y un rumbo inesperado la mañana en que
descubre que dentro de la escupidera de su alcoba ha aparecido una perla.