Historia de una maestra rural, la beata María Victoria Díez y
Bustos de Molina. Una mujer alegre y sencilla, que se sintió
llamada desde muy joven a dar y darse hasta el límite. Una
vida entre dos fuegos, alude a un artículo escrito por Victoria
a raíz del incendio provocado de su parroquia en 1934. La
maestra se movía entre el fuego de los violentos y el fuego
más profundo de su celo por la gloria de Dios.
Sevillana, vitalista, creativa, pintora, alegre y comprometida
hasta la médula en levantar la dignidad de los pueblos en los
que realizó su misión, y en transmitir la honda fe cristiana que
había recibido como don. Una fe que consideraba el mejor
regalo que podía hacer a amigos, alumnas y vecinos. Bebió de
la pedagogía de san Pedro Poveda, fundador de la Institución
Teresiana, que aplicó con gran dedicación en Cheles (Badajoz),
y sabiendo que arriesgaba todo en Hornachuelos (Córdoba).
Dio la vida por la fe en 1936, a los 32 años, en Hornachuelos,
pueblo tomado por elementos promotores de una revolución
anarco-libertaria, que acabó con las autoridades legalmente
constituidas, fomentada por cabecillas de otros pueblos y
secundada por escopeteros de la localidad.
En la madrugada del 12 de agosto, junto al sacerdote del que
había sido fiel colaboradora en la catequesis y la organización
de la Acción católica, y otros dieciséis vecinos, fue fusilada
en la Mina del Rincón, a doce kilómetros del pueblo.
Su fama de santidad fue muy temprana: murió como había
vivido. Los habitantes de Hornachuelos se unieron para
mantener viva su memoria. Fue beatificada por Juan Pablo II
en Roma, en 1993. Hoy llevan su nombre como inspiración
centros educativos de diversos países y un centro de estudios
teológicos diocesano en Córdoba.