El Discípulo Amado, san Juan, que tuvo la dicha de recostarse sobre el pecho del Señor en la última Cena nos cuenta algo que no puede menos que suscitar grandes esperanzas en nosotros. Muchos son los santos, los que alcanzarán la salvación. Nosotros esperamos estar entre los elegidos de Dios: Vi una muchedumbre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaba delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos (Ap 7,9).
Así, a lo largo de la historia, desde que el Señor pasara por este mundo haciendo el bien y dando su vida en sacrificio de holocausto sobre la Cruz, para expiar nuestros pecados, y merecernos el Don del Espíritu Santo -¡que tiene por misión santificarnos!-, son muchos los hombres y mujeres que han alcanzado la Patria celeste. Ellos gozan ya de Dios, esperando que se complete el número de sus elegidos. Son inmensamente felices. Lo serán eternamente. También aguardan la Parusía del Señor, su regreso a la tierra, para juzgar a vivos y muertos. Entonces sus cuerpos serán resucitados por el Señor Jesús. Y reinarán con Él.