- Referencia:
- 119536
- Editorial:
- VERBO DIVINO
- Año de edición:
- 2025
- ISBN:
- 978-84-1063-110-6
- Alto:
- 190mm
- Ancho:
- 120mm
- Páginas:
- 324
- Encuadernación:
- Rústica
- Colección:
- SURCOS
NADIE VIVE SOLAMENTE PARA SÍ MISMO
EXPERIMENTAR LA CONEXIÓN, REFORZAR LA CONVIVENCIA
GRÜN, ANSELM
Introducción. Nadie es una isla 1. La convivencia monástica como caso de prueba 2. Aislamiento, soledad impuesta y "soledad plena" 3. Nuestra hambre de pertenencia 4. El anhelo de resonancia 5. Conectar conmigo mismo 6. "Ser uno mismo" y "ser nosotros" 7. Qué determina nuestro sentimiento de comunidad del nosotros 8. Relación conmigo mismo a través de la relación con los demás 9. Conexión con la naturaleza 10. Ámbitos de resonancia: la conexión en términos concretos: Padre - Hija; Madre - Hija; Padre - Hijo; Madre - Hijo; Hermanos; Hombre y mujer; Amistades; Personas mayores y jóvenes; Relaciones profesionales 11. Encontrar el hogar en mí mismo, ser el hogar de los demás 12. Visión de la Iglesia: un espacio de vida que interconecta a las personas 13. Ante la muerte: la conexión con los difuntos 14. Conexión con el fundamento de todo ser: la cercanía de Dios 15. Mística: conexión con todo lo que es 16. Qué obstaculiza la conexión 17. Qué constituye y posibilita la conexión 18. "Pecados capitales" contra la convivencia, y nuestra respuesta 19. Los catálogos bíblicos de virtudes como caminos para una buena conexión 20. Amor por encima de todo: amor propio y amor al prójimo, amor al enemigo y amor a Dios Conclusión. Todo está conectado con todo Bibliografía
Aumentan la soledad y el aislamiento, el individualismo excesivo, la segregación y el egoísmo. Las grietas que atraviesan las comunidades, la sociedad -y también la vida de los individuos- son cada vez más evidentes. Al mismo tiempo, sin embargo, también nos encontramos en todas partes con un profundo anhelo de identidad, pertenencia y convivencia satisfactoria. Para Anselm Grün, está claro que necesitamos una nueva forma de relacionarnos, más profunda, también en las relaciones familiares y laborales, en la sociedad y en la Iglesia. Y necesitamos valores compartidos: justicia, cooperación, solidaridad, tolerancia, compasión y respeto. Pero también comunidades que vivan y experimenten la fe y la esperanza. Necesitamos solidaridad, no solo como sentimiento, sino como voluntad de trabajar activamente por este mundo, de contribuir a un futuro que siga mereciendo la pena vivir para las generaciones venideras.
