Las personas envejecen antes si nadie las recuerda. También los caminos pierden vida si nadie los anda. A lo largo de cinco años, sin más compañeros de viaje que mis cuadernos y la fidelidad de los libros, recorrí en solitario los pequeños pueblos, sendas, montañas, monasterios y castillos del Norte de España. No tenía ninguna prisa por llegar. En las posadas encontré pan y canto. En los zaguanes, agua fría de manantial. Bajo la sombra de los robles, abrigo y refugio. La peregrinación era el regalo, el mundo el telar, y las personas halladas, las diversas formas que iba adoptando la vida. Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco, Aragón? lugares bellos donde hallé a los Siemprevivos. Ellos viven en los pueblos de antaño, son personas que están pero que nadie recuerda. Siemprevivos son los pastores, ancianos, monjes, herreros, vagamundos, músicos errantes, poetas, hilanderas, panaderas y artesanas que encontré durante esta peregrinación literaria. Hicimos un trato, un pacto anónimo.